Relato de una pérdida violentada

Relato: Tania Moreno

En noviembre de 2016 me enteré de que estaba en embarazo de mi primer hijo; quien era mi compañero entonces de profesión es médico y yo para esa fecha había terminado mi carrera como psicóloga, pero también ejercía como auxiliar de enfermeria, teníamos en común nuestra “experiencia” en salud; al enterarnos de la noticia acudimos a un ginecoobstetra conocido, que accedió sin ningún costo económico a hacernos las ecografías, a partir de allí inició parte de mi doloroso camino de maternidad. 

Desde la primera ecografía en la semana 8, el doctor nos informó que el embrión no se veía y que había que esperar 2 semanas mas para confirmar el embarazo,  terminando con la frase “toca esperar mi negro, porque a veces lo que empieza mal termina mal” dirigiéndose hacia mi pareja exclusivamente; al regresar a la casa hablamos y decidimos esperar para contarle a nuestras familias sobre el embarazo porque desde una visión muy médica y racional ¿qué tal que fuera un embarazo anembrionado? aun así, yo me sentía “embarazada” mi cuerpo estaba cambiando, mis síntomas eran muy notorios y mi intuición solo decía que ahí estaba mi bebe.

Regresamos a la ecografía a las 10 semanas de gestación, porque además tuve un pequeño sangrado, estuvimos nuevamente donde el doctor  y por fin vi a mi bebé y escuchamos su corazón, fue algo realmente hermoso, sin embargo luego todo se empañó con nuevo comentario que surgió de dicho profesional,  “pero él bebe sigue muy pequeño, no esta creciendo adecuadamente” mi compañero gracias a sus facultades preguntó sobre cuál sería el paso a seguir y si era indicado iniciar progesterona o no, ante lo cual respondió:

Mi hermano la puede poner en una piscina de progesterona y con toda seguridad le digo que lo que empieza mal termina mal, vuelvan en un par de semanas mas y miramos a ver cómo va.

Subrayo las anteriores palabras, porque específicamente en mi imaginario solo pude recrear esa  piscina y me preguntaba ¿y si esa piscina no podía ayudarme entonces qué? Además, no dejaba de pensar en porque ese doctor no se dirigía a mí sino a mi compañero y aunque me sentía irrespetada no supe cómo responder ante todo lo que estaba pasando. 

Posteriormente fuimos a un control prenatal en mi EPS y allí dio la casualidad que el medico que me atendió, era conocido de mi pareja y además de que inició la consulta preguntando por el pasado sentimental de él, terminó informándonos y educándonos sobre los riesgos de mi embarazo agregando que tenía un sobrepeso importante que debía bajar para evitar complicaciones, recomendando además que debía seguir una vida normal, donde incluyera el ejercicio para bajar peso; efectivamente así fueron pasando los días y cada uno de ellos traían  gran incertidumbre por no saber cómo estaba mi hijo, sin embargo acatando las recomendaciones con un profundo temor a no hacer las cosas bien, decidí acogerme a un plan nutricional y a las recomendaciones de bajar peso incluyendo el ejercicio;  mi pareja tratando de apoyar, procuraba motivarme para que fuéramos con frecuencia a montar bicicleta, pero para mí era un tormento, sentía una sensación de malestar indescriptible que más que satisfacción, me hacía sentir que no estaba haciendo algo bueno para mí. 

Decidimos contarles a nuestras familias, además porque no podía callar un día más, sentía que necesitaba apoyo y como lo esperaba así fue, me acogieron y me aconsejaron buscar otras alternativas y otros profesionales, pero para mí en ese momento era difícil porque en mi EPS las ecografías no tenían disponibilidad cercana y pagar un ginecoobstetra era inaccesible pues había perdido mi trabajo. 

El día 16 de enero de 2017, regresando de un viaje que hicimos a Cali, empecé a sentirme muy incómoda, mis senos particularmente dolían mucho y ese día dejaron de doler, en la mañana generalmente sentía muchas náuseas y ese día dejé de sentirlas, mi intuición me decía que algo había cambiado y cuestionándome, le pregunte a mi pareja si esto sería normal, para lo cual respondió que sí, que me tranquilizara que esos malestares iban pasando y todo estaría bien; al siguiente día en la madrugada del 17 de enero, tuve muchos deseos de entrar al baño y cuando lo hice vi que estaba sangrando, me dolía mucho el vientre y en cuestión de minutos el sangrado aumentó, acudimos de inmediato al servicio de urgencias y al llegar a las 4:00 am, para mi sorpresa en admisiones nos informaron que el ginecólogo de turno no se  encontraba en el servicio y que a esa hora no había disponibilidad de ecógrafo para confirmar si estaba cursando por un aborto;  nos dijeron que debíamos esperar, me canalizaron y me dejaron en una silla de ruedas esperando a que amaneciera; los dolores eran desesperantes, el sangrado no paraba y yo sentía que gota a gota perdía a mi hijo; a las 6:00 am decidimos firmar alta voluntaria para desplazarnos a otra institución donde si nos conocían; al llegar, la atención fue distinta las enfermeras que habían sido mis compañeras me acogieron y me ayudaron a quitarme la ropa, uno de los colegas de mi pareja salió a atenderme pero ya era muy  tarde, mi bebé estaba en el cuello del útero y al sacarlo “pasé de un dolor físico a uno emocional”, todos me explicaban que esto era muy frecuente y me contaban historias alentadoras,  pero yo ya no estaba ahí, era como si escuchara a las personas pero en otra dimensión.  

En mi duelo recibí mucho acompañamiento, pero quizá la compañía no es siempre sinónimo de ayuda, escuche voces que no me generaban calma sino mas dolor, pensaba que todo lo que vivía solo me ocurría a mi y que por ser ahora psicóloga debía verme y tomar esto con más tranquilidad, sentía un odio profundo hacia mi bicicleta y me culpabilizaba por no haber defendido mi gestación y a mi hijo como una leona. 

En poco tiempo corrí con la fortuna de encontrar empleo y para mi sorpresa el universo me puso en el camino a liderar un programa de riesgo obstétrico, donde tenía que encontrarme todos los días con mujeres que no querían ser madres, que estaban en embarazo por accidente o que aunque querían su gestación se drogaban sin medida, todo un reto;  en las noches entre mis búsquedas por internet intentando encontrar algo que aliviara mi ser, encontré literatura maravillosa sobre el duelo perinatal en la cual encontré el refugio que necesitaba, mi madre condolida por mi situación y al ver que trabajaba con mujeres en esta etapa, un día me contó que vio por la televisión que existían un grupo de personas que se llamaba DOULAS y que acompañaban todos los procesos de la gestación, gracias a ella decidí formarme como Doula y luego el camino me fue llevando entre tantas mujeres que pasaban día a día por mi consulta a decidir profundizar en la Psicología perinatal, un área de la psicología que en Colombia a penas ahora, después de 4 años está en sus inicios. 

Hoy dedico mi vida a apoyar a mujeres y familias en esta etapa y por supuesto en los procesos de duelo perinatal, porque sé que el tener información adecuada puede ayudar a prevenir cualquier tipo de maltrato, a tomar decisiones de forma consciente y a evitar que más historias como estas se repitan; siento en mi corazón que mi perdida quizá era inminente, pero toda mi experiencia pudo haber sido distinta de haber recibido la atención y el trato que tuve al final. 

 

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